Proclaman a mujeres católicas estadounidenses modelos de solidaridad
Por Rhina Guidos
Catholic News Service
CHALATENANGO, El Salvador (CNS) — En una de las regiones de El Salvador más afectadas por una guerra sangrienta financiada con dólares estadounidenses, cuatro mujeres católicas de Estados Unidos fueron elogiadas como ejemplos de solidaridad, fe cristiana, y martirio. Así las recordaron los salvadoreños el 2 de diciembre en el aniversario 40 de su asesinato.
“A veces solo vemos la historia desde un punto de vista”, expresó el obispo Oswaldo Escobar Aguilar de Chalatenango, donde sirvieron las hermanas Maryknoll, Maura Clarke e Ita Ford. “Pero el gobierno es una cosa y las personas son otra”.
Junto a la hermana ursulina Dorothy Kazel y Jean Donovan, una mujer laica, las Maryknoll fueron violadas, asesinadas, y arrojadas a una fosa común poco profunda en la nación centroamericana el 2 de diciembre de 1980, luego de ser secuestradas por militares salvadoreños en su camino a casa desde el aeropuerto. Las cuatro habían colaborado a menudo, trasladando a niños y civiles a un lugar seguro, llevándoles comida y ropa cuando la guerra estaba a punto de estallar en El Salvador.
“El pueblo de Estados Unidos mostró mucha solidaridad con nuestro pueblo,” y las mujeres eran el ejemplo vivo de ese esfuerzo, comentó el obispo Escobar.
Para los pobres de Chalatenango, esa solidaridad llegó en forma de dos hermanas Maryknoll. Las monjas, inspiradas por el arzobispo Oscar Romero, ahora santo, arriesgaron sus vidas y, finalmente, las perdieron por los pobres, señaló el padre Alfredo Rivera. El sacerdote conoció a las hermanas Maryknoll cuando era joven en Chalatenango, meses antes de que fueran asesinadas.
A veces le preguntaba a la hermana Ford, con quien era cercano, cómo iban las cosas, recordó el padre Rivera durante una Misa por los Mártires de Chalatenango, donde las mujeres han sido incluidas como puntos focales de la observación durante años. Ella solía responder: “Es difícil”, recordó.
“Pero ella decía que tenían que ayudar a la gente, a los pobres, ver la manera de cómo iban a vestirlos, alimentarlos, conseguirles medicinas”, manifestó el padre Rivera.
Las mujeres podrían haberse ido fácilmente, pero tomaron la decisión consciente de quedarse, recordó.
“Fueron un testimonio de personas de oración, un testimonio de servicio”, declaró el padre Rivera. “Eran humildes, sencillas, tenían una gran generosidad. Marcaron profundamente nuestras vidas”.
Inclusive después de su muerte, no abandonaron a los salvadoreños, explicó el padre Rivera respecto a la costumbre que tienen las Maryknoll de ser enterradas donde murieron.
Cuatro décadas después de los asesinatos de las mujeres, incluso una pandemia hizo poco para desanimar a quienes querían rendirles homenaje. En pequeños grupos, las personas visitaron la tumba de las Maryknoll, pero también trajeron fotos y pancartas que incluían a las otras dos mujeres que murieron con ellas.
Los seminaristas de la diócesis se detuvieron a tocar canciones en el cementerio de Chalatenango, durante una ceremonia en la que también participó el cardenal Gregorio Rosa Chávez, el cual besó la placa de la hermana Clarke y rezó en silencio ante la tumba. El publico también colocó fotos y carteles de otros católicos salvadoreños que también murieron durante el conflicto, incluyendo el padre franciscano Cosme Spessotto, que pronto será beatificado, y el jesuita Rutilio Grande, junto con dos compañeros laicos que murieron con él cuando le dispararon.
Los obispos salvadoreños eligieron cerrar su Año Jubilar de los Mártires Salvadoreños con una misa en Chalatenango, poniendo especial énfasis en las mujeres estadounidenses. Sin embargo, estas mujeres no fueron las únicas muertes notables en la iglesia en 1980. El arzobispo Romero y el padre Spessotto fueron violentamente asesinados ese año, así como también un grupo de más de 600 civiles que fueron aclamados mártires.
“Los mártires son aquellos que caminaron en las huellas de Jesús”, expuso el cardenal Rosa Chávez durante la misa. “Y las mujeres estadounidenses representan eso en este país”.
Aunque nacieron en otro lugar, las mujeres encarnaron la persecución desenfrenada de los civiles del país, muchos de ellos católicos, dijo el obispo Escobar, quien también perdió a dos familiares: una hermana desaparecida y un hermano asesinado durante el conflicto.
Chalatenango, en particular, fue una “sede de persecución eclesial” de catequistas, ministros y otros miembros de la iglesia que fueron asesinados porque creían en la causa de la justicia social, indicó el obispo. Pero los salvadoreños, como lo demostraron las mujeres estadounidenses, no estaban solos en esa lucha por la justicia en el país, agregó.
La celebración mostró la importancia de los ciudadanos de otros países que dejaron atrás su hogar y su seguridad para estar presentes en esa lucha, expresó el obispo Escobar.
“En esta iglesia martirial salvadoreña estuvieron presentes España, Italia, y Estados Unidos”, expuso. “No podemos perder de vista eso, porque no puedes ir adonde te diriges si no sabes de dónde vienes. Y nunca olvidaremos a estos mártires, nuestros hermanos y hermanas”.
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